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Historia de un gran campeon que tuvimos en Cordoba

Hugo GOTTARDI

Jueves 20 de marzo de 2008, por Nestor Bertero


EL AMIGO HUGO GOTTARDI
Por Nestor Bertero

Allá por el 57 conocí a Hugo Gottardi. Nos hicimos buenos amigos a pesar de que era diez años mayor que yo. Comenzamos juntos a correr. Eran “otros tiempos, mejores los nuestros, no se conocía coca ni morfina†como creo que dice por ahí algún viejo tango, más románticos, de ahí que el materialismo que nos impone ésta sociedad de consumo que nos agobia hace que la actividad colombófila venga menguando permanentemente. Por esos tiempos la paloma mensajera era respetada. Teníamos acceso a los medios de transporte, llevábamos las palomas en el tranvía que nos dejaba a una cuadra de la sociedad Córdoba que estaba en Colón 761, a una cuadra y media de La Cañada, hoy pleno centro. Encanastábamos y luego las cargábamos a un camión del Comisario el “Gringo†Canovai quien desinteresadamente, sin cobrar nunca un solo peso, permanentemente llevaba y traía los canastos. Por ése entonces había dos categorías. Nosotros debutamos en segunda. Se corría la primer línea de pichones. Fue un tiempo bravo, con lloviznas y en las dos últimas carreras de San Francisco 210 k. y Santa Fé 340 kms. (de aquí llegaron solamente 9 palomas y solamente una en 2ª. Categoría), tuve la suerte de ganar con la Petiza una hembrita escamada hija de una paloma de Alfredo Poretti. Lo que también me hizo ganar la línea. El Hugo, como todos le llamaban era un gigantón gordo y grandote, de pelo rizado, ojos celestes y con alma de niño. Su fama comienza allá por el 60 con su famosa Chingola, cuyo padre se lo había cambiado por un rifle a Pedro Della Schiava. En ésos tiempos de soltaba de La Banda 400 k. y Rosario de la Frontera 620 k. carreras terroríficas donde habitualmente se perdían más del 90 % de las palomas. Pues de allí ganó la Chingola los dos años consecutivos las cuatro carreras. El era empleado ferroviario. Su hermano era gremialista de ahí que con su complicidad, se las ingeniaba para tener el mayor tiempo libre para dedicarle a las palomas. Tenía amigos maquinistas y siempre llegaba al trabajo con una caja de palomas para que se las soltara de 40, 60, 100 kms. regalándole una etiqueta de cigarrillos por cumplir el encargo. Mucho nos preocupamos por la alimentación de las palomas. Cuando la Chingola ganó un par de ésas carreras había un paro ferroviario muy prolongado. Era la época de Frondizzi. El Hugo no podía cobrar el sueldo y el almacenero de la esquina era el único que le fiaba y solamente tenía maíz blanco. Con ése único alimento y el cuidado esmerado, le sirvió para ganar. Como su palomar era deficiente, para que no sufrieran el frío y la humedad, las encanasta y las palomas de carreras dormían debajo de su cama. Sus palomas hembras tenían una mansedumbre notable. Le seguían como un perrito. De chicos cuando estaban en el nido les daba leche con una cucharita, criándose fuertes y bien calcificados. Por la tarde, siempre el Hugo estaba en su casa y recibía la visita de muchos colombófilos que aprendieron de sus consejos. Jorgito Moroni a quién el Hugo le decía “el doctorcito†, fue uno de ellos, y aún mantiene sus palomas que le brindan satisfacciones.

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